No sé si se ha roto el carnaval de este año, o solo se ha roto el cristal; el cristal con que hasta ahora lo veíamos, el de la fiesta popular, que comenzaba con "el jueves lardero o el jueves merendero", y luego el disfraz y la danza, la música y el color.
Recuerdo el refranero, que el ánimo está alegre después de compartir en el campo la merienda, porque "de la panza, sale la danza", porque "tripas llevan pies, y no al revés".
La fiesta luego comenzaba en casa al buscar en el baúl o en el armario, los vestidos de disfraces, y las caretas coloridas y vistosas para el desfile. Había que cubrir la apariencia cotidiana de tal forma que variara el aspecto y no nos reconociera quien nos viera. Se permitía de este modo, o se provocaba, la chanza, la chirigota, y la risa, porque entonces, no éramos nosotros lo importante, sino el disfraz.
Pero este año se ha roto el cristal de la normalidad. En muchos lugares se ha suspendido el carnaval, y tenemos que salir sin maquillaje, ni máscara, ni ropajes extravagantes o sofisticados.
La gente ha tenido que salir a la calle con lo puesto, con lo que es, con lo que cada uno desfila por su casa, por su pueblo o por la calle cada día.
Y ese espejo roto, en que se mira, le devuelve su imagen en mil pedazos, que son partes de sí mismo, el de ayer y el de siempre. Es múltiple y uno. Tiene que cerrar los ojos para recordar que es él mismo, que vive y siente, se alegra y sueña, sin más vestido ni otra música, que con los que vino al mundo y el latido agradecido de su alocado corazón.