Todos tenemos muchos sueños y algunas realidades. Somos hijos de la imaginación y del destino. El viento encuentra música en las ramas y en las hojas. Y en las noches oscuras y serenas, las estrellas envían sus mensajes de luz y de silencio.
Al ser grande lo que contemplamos cada día, nosotros nos crecemos con imaginación y libertad... hasta que una mirada en el espejo del agua de ese pozo nos devuelve tal cual somos. Nos vemos, y descubrimos la pequeña utopía de la realidad, la sencilla utopía de la humildad y de la pequeñez.
Descubrir las limitaciones con las que tropezamos con los demás y la inmensidad profunda en donde todos coincidimos, es una maravillosa experiencia de verano. Ver y beber. Caminar y descubrirse en el entorno de la naturaleza y de la vida.
Cuanto más estamos con los demás, cuanto más salimos del entorno habitual y de nosotros, el silencio se hace más pequeño y necesario. Y entonces comprendemos que somos tan grandes como nuestro silencio, y tan pequeños como nuestra capacidad de asombro. Somos tan grandes como nuestros deseos y tan pequeños como nuestro amor. Pero por esa doble vía de amor y de deseo se puede crecer.
¿Dónde comienza y donde acaba la huella que dejamos en el camino? ¿Dónde comienza el camino y donde acaba? O, como decía el poeta, somos caminantes y nuestras "huellas son el camino, y nada más, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar".
Allá donde se encuentra cada uno, sabe que la utopía es que somos caminantes con todos, y estrellas fugaces como los segundos de los relojes al sol.
Tenemos la fuerza de todos caminando tan deprisa, que solo vemos la espuma de la estela de la barca humana.
Os dejo esta utopía de verano, sobre mis óleos de agua.
Feliz verano. Estamos ahí aunque no nos veamos. ¿Veis esa pequeña huella al lado de la vuestra? Pues debe ser la mía. Porque hoy quise acercarme por ahí.
Un beso.