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22 noviembre 2009

Rincón de flores





No sólo el pincel, también la espátula puede expresar con fuerza la gama de color. Experimenté, porque nada puede ser ajeno. El artista es tan pobre que va descubriendo el mundo y su pintura casi a plazos, a impulsos. ¡Y dando gracias de tener la sensibilidad y la vida para captar lo nuevo que cada día nos enseña!. Y lo más grande de todo, el privilegio de “¡hacer lo que me gusta!”, sin tener que “gustar” y que se venda.

La vela enciende la tarde





Hay tardes ardientes más que sofocantes. Parece como si se estuviera incendiando el mundo y no fuera la mar suficiente para apagar la llama. Si en el momento en que, desde algún lugar fresco, contemplamos el horizonte encendido de la tarde, un velero cruza ante nuestros ojos, parece como si fuera el pabilo de una llama. Se derriten las fuerzas y cansa hasta el pensar. Es el momento de refrescar la garganta y dejar que que la noche poderosa eche su manto para poder salir a respirar a la intemperie.

El zapato

.Hay unas botas viejas, famosas e inmortales, incluidos sus cordones, porque fueron el plato imposible del genial Charlot. Aquí, el zapato abandonado en el campo, sirven de granero o de silo a los petirrojos. Dios mío, ¡cómo se las ingeniarán las aves para sobrevivir cuando parece que no hay nada! Y en los inviernos fríos, ¿dónde encuentran refugio y alimento? Hay algunos pájaros que se acercan al hombre y de migajas sobreviven. Pero los otros, más celosos de su libertad y de sus trinos, ¿dónde van? ¿quién los alimenta hasta que vuelve a sonreir la primavera?. Yo tengo mis pájaros al viento, al frío y la intemperie, en invierno y en verano, pero yo los cuido... Seguro que “los otros”, tienen también un cuidador que no vemos. Acaso sea el mismo que vela por nosotros. Como en Charlot, hay mucho de inocencia primitiva en este cuadro.