Sin flores, sin naturaleza, no entiendo la vida.
En el campo, en casa, las plantas y las flores me acompañan siempre, desde niña.
Van y vienen y me encuentran.
Nos encontramos.
Algunas se quedan, como las personas, como las mariposas.
Tienen tanta belleza, que alegran los días con su presencia; llenan los rincones de la casa y del jardín y alargan los instantes de las horas.
Me transmiten su vitalidad y su energía.
Las tengo en la puerta, en el jardín… y a veces en el pelo.
Antes, teníamos también pájaros en un árbol del jardín. Una jaula grande cubría el árbol y les protegía en cada estación.
Allí hacían sus nidos, allí se bañaban cada día y cantaban hasta el anochecer.
Nunca entraban en casa.
Ellos eran la sorpresa que descubríamos pequeños y mayores, cada amanecer.
Cuando alguno soñaba con la libertad azul, dejábamos abierta la pequeña ventana al infinito.
A veces, algunos volvían para enseñarnos cómo era ese camino en su batir de alas.
Por fin partían… ¡Como todos!