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13 noviembre 2019

Naturaleza...




Lo había visto tantas veces, que tuve que contemplarlo una vez más, hace unos días. Solo con salir de casa, ahora en el otoño, vi la naturaleza engalanada de belleza para despedir el verano y prepararse para el invierno con todo su esplendor.


Los colores más cálidos fueron abriendo su abanico en la ladera del monte, volaban por el aire y se posaban por el camino ante los pies. Había que apartarlos casi, porque se acercaban confiados a besar la cara y me impedían ver. Sentía el bienestar del atardecer. 












Todo al trasluz, en el poniente, tenía una dimensión cercana y honda, como si el infinito se hiciera transparente, ¿o había escogido, sin saberlo un camino escondido y trascendente? ¿A dónde me llevaba? Nada me preocupaba en la paz de la tarde.






Pude ver de cerca, en unos huertos, las ramas cargadas de manzanas amarillas. Había muchas caídas por el suelo. En otros manzanos cercanos, las manzanas eran rojas, de un color tan fuerte que parecían granadas. Me permitieron entrar, coger y hacer algunas fotos.





El corazón a la intemperie, iba latiendo de alegría, como un pájaro ebrio de luz y de color, y me pareció escuchar un trino en una rama. Al acercarme, solo vi la agitada rama de la que había huido hacia la espesura.
Pude ver algunas setas, y  erizos de castañas, algunos graciosamente abiertos ofreciendo su fruto. 






















Los abetos estaban cuajados de bayas rojas, tal vez engalanados ya para la Navidad. La montaña en la cumbre, nevada y con hielo. 

Cuando se apagaban los últimos rayos, se alzó el viento. Hacía frío. ¡Qué maravillosa sensación de sentir toda la belleza plástica y tangible!


En un pueblo muy pequeño y cercano, celebraban, alrededor del fuego, la fiesta del Magosto. Sería interesante compartir allí, cerca de la ladera del Teleno, (montaña cercana a Astorga) con los pocos vecinos, esa pequeña fiesta del otoño. Allí tuvimos ocasión de sentir y comprobar que te dan la bienvenida y te acogen, como si te conocieran de toda la vida, como uno más. 

Los niños, como siempre, como en cualquier lugar del mundo, corriendo y jugando. Habían ayudado a alimentar el fuego para asar las castañas. La hoguera estaba en un lado de la plaza, cerca de la fuente. Y con esta buena gente disfrutamos en agradable conversación y compañìa, de castañas asadas y  vino moscatel.



















Hay que salir para disfrutar la vida, también en el otoño.Todo tiene un sentido especial, pero con nosotros. 
                                                               Toda esa abundancia y belleza múltiple, es unicidad.                                                                                Formamos parte de ella y ella nos incluye siempre.