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15 enero 2017

La vida era eso


Me llamó la atención el crotorar de las cigüeñas, allá en lo alto, del más alto árbol, sobre el pueblo. Desafiando al viento frío del invierno, han vuelto, como hacían cuando yo era niña.

Y sacando los mejores momentos del recuerdo, me he visto en la cocina de mi casa, con la familia entorno al fuego, y la mesa con los platos dispuestos, que mi madre iba llenando de comida sabrosa y humeante, después de guardar un poquito de silencio y dar gracias por los alimentos, mi padre iba cortando el pan candeal y repartiendo de esa hogaza a cada uno.
El fuego encendido y el fogón, repartían por la estancia la temperatura adecuada para hablar, reírse y crear un agradable ambiente de familia.


Y luego... a jugar y a la escuela. Y al salir otra vez a jugar, pero en la calle, a la intemperie. Inventando, imaginando, disfrutando siempre.
Así aprendí a vivir cada momento, sin más límites que el cansancio, o la llamada de los padres para ir a algún recado.
Nos metíamos en los charcos, subíamos a los carros, a las vigas, las paredes, los pajares y los árboles. Cogíamos moras, cerezas, y mil frutas, que en ocasiones no eran nuestras, pero sabían a gloria. Hacíamos guirnaldas, muñecas, comidas y casas de mentira. Como nunca terminábamos, volvíamos a lo mismo, en otro lugar o en otra casa, o en las eras.
Jugamos al corro, a la comba, al castrillo, al escondite y muchos juegos mas. Tumbados en la hierba veíamos el ir y venir de los pajarillos o de los insectos. 


Escuchábamos la canción de algún labrador mientras araba o el eje de los carros tirados por las yuntas. Contábamos las nubes, le buscábamos parecidos a caballos o gigantes, hasta que se desvanecían o se iban más allá del horizonte que recortaba la montaña.
Algunas noches, en verano, nos juntábamos para ver las estrellas, señalar algún lucero, encontrar una estrella fugaz o la osa mayor. Divisábamos la Vía Láctea, a la que la maestra decía que pertenecía nuestra casa que era la Tierra.

Todo era un juego. Los niños disfrutando sin pensar en problemas ni futuro. Los mayores en sus trabajos, muchos y diversos. No descansaban mas que los domingos, a la puerta de casa, sentados en una silla viendo pasar la vida, los rebaños de animales y saludando al vecino que iba de camino o ya se recogía.
La vida era eso. Nosotros vivíamos. Todos lo hacían, cada uno a su modo.
No sé si ha cambiado todo o nada es igual. Pero si llegaba el frío, como decían los de las tierras altas, nos encontraba, seguro, donde siempre: jugando o trabajando.




Si los sueños que  me parecían imposibles, se volvían algún día realidad, me encontraban en este rincón del mundo: trabajando o jugando para hacerlos posibles.
Ahora disfruto igual, con el corazón en bandolera, cantando, haciendo yoga, cosiendo o cocinando, que es la forma que tengo de vivir y de seguir amando.
Ángela.