Hay que salir para llenarse. Llevar los ojos a la belleza antes de que se apague, para llenar el cántaro del alma, y poderla disfrutar a tragos, cuando lleguen los fríos.
La naturaleza sigue en toda su belleza. Hay que salir sin miedo a acariciarla. Quiere decirnos algo. Todo es un regalo generoso, infinito. Es la pausa para un encuentro con quien lo aprecie o quiera recibirlo.
Cuando soplen los vientos y se lleven las últimas hojas de los árboles; cuando callen los pájaros y las nubes oculten el sol y las estrellas, nos acompañará esa vida multicolor y ese recuerdo de la felicidad y de la luz, por encima de las nubes, los silencios y las rutinas grises de las horas.
Todo el color que acaparamos con nuestros ojos ávidos, bajará por la montaña de las noches, y por las venas nos contagiará de fuego para surgir cada amanecer con nuevos bríos, nuevos sueños y nuevos proyectos.
Toda esa experiencia, será calor para el hogar y los amigos. Contagiaremos la alegría de que volverá la primavera, y nada ni nadie se habrá ido para siempre.
Con esas fotos otoñales, he rescatado los colores vivos de las flores que incendian algunos paisajes de mi casa y mis labores. Con mis manos y mis hilos, poco a poco, pétalo a pétalo, hoja a hoja, trino a trino, cobran formas que se antojan deseos de vivir, aunque no pasen de ilusiones. El conjunto, algún día tendrá forma, espero.
Disfruté con la naturaleza y con las telas y lo digo, porque todo y todos a mi lado, me hacen feliz. No sé qué hacer, ni cómo, pero la alegría horneada desea contagiarse. Ojalá pudiera, ojalá sea. Ojalá alguien la encuentre entre mis palabras y mis telas.
Os envio un abrazo, especial siempre, sobre todo a quienes más lo necesitan y me lo dicen en privado.
Ángela.