¿Tienes más cuentecillos? -me dijiste-.
Sí, tengo uno para ti.
¡Tantos días en casa! Me decidí a salir. Decidir salir es encontrarse. Si salgo –me dije- he de ir preparada para hacer un viaje. Arreglé mi mochila, provisiones sencillas. De salir llegar lejos. Conozco ya los barrios por donde todos pasan, calles, plazas, autopistas... Quería explorar lo nuevo, caminos sin pisar. Y me fui, conmigo me marché. Decidí hacer la ruta de montañas por donde hay cortafuegos y bajar a los valles para luego subir. Escalar los picachos. Beber en la llanura. Abrazar la nieve, templar el sol, acunar una estrella, contemplar la luna. Escuchar a los lobos. Dormir en la noche y esperar la mañana.
Comencé a caminar. No había dado cien pasos cuando me topé con un caminante. Estaba polvoriento, cansado. Sentado en una piedra.
-Buenos días.
-Buenos días –contestó- levantando la vista.
-La mañana está serena y es bonito el paisaje.
-¿A dónde vas con tu leve mochila?
-He querido salir.
-¿A dónde?
-A escalar sueños.
-Pues quédate conmigo, y luego iré contigo. Es este un camino de magia y de capricho y yo te necesito.
-¿Por qué?
-Porque es bella tu alma, sensible a todo viento.
-¿Y para qué?
-Para saberte, te quiero.
Colgué mi mochila y proseguí el camino. Viré hacia la izquierda porque vi una pradera. Durmiendo en su hierba descansaba un viajero. Al ruido de mis pasos despertó de improviso al tiempo que pasaba.
-¿A dónde vas montañera?
-No lo sé. He salido de casa sin la ruta trazada.
-Pues, ¿no tienes camino?.
-Tengo penas y amores.
-Quédate conmigo y siéntate en la hierba. Te necesito.
-¿Por qué?
-Porque eres humana y conmueve tu hondura.
-¿Para qué?
-Para comprenderte, te quiero.
Sin atar mi mochila abandoné la pradera de blancas margaritas y seguí rumbo al río que en el fondo del monte se oía correr. Pescando en sus orillas con un anzuelo enorme alguien había sentado.
-¡Qué gusto de sorpresa –se dijo-cautivado!.
-¿Cuál es la sorpresa? –le dije- sorprendida.
-Tú.
-Y eso me cautivó. ¿Tu siempre estás pescando?
-Menos cuando he pescado. Y tú,¿siempre miras así?
-Siempre que tengo ojos para mirarme en ellos.
-¿Cuánto amor te trae?
-La mochila llena.
-El río tiene un lecho de cantos rodados. Siéntate a mi vera y quédate conmigo. Te necesito.
-¿Por qué?
-Porque eres mujer, única.
-¿Para qué?
-Para amarte, te quiero.
Colgué mi mochila, apague mi mirada y me fui con el río. Pasaba por un puente. Apoyada en su pretil estaba pensativa una figura humana, callada con sus voces. Quise pasar despacio para no interrumpirla, pero era sensible a cualquier sombra.
-¿A dónde vas de paso?, me dijo silenciosa.
-Pensé que molestaba.
-Pasa y calla. Estudio los silencios.
-Quiero pasar de largo y ser desconocida.Tengo misterios, noches y vacíos.
-Agárrate del puente, pon la mano en mi
hombro y quédate conmigo. Te necesito.
-¿Por qué?
-Por tu interior de abismo.
-¿Para qué?
-Para conocerte, te quiero.
Sin decir mas palabras, apresuré mi paso. No sentía la mochila. Otra montaña, a escalarla de nuevo. Camino de subida, divisé un montañero. Aún era la llanura.
-Te espero que no hay prisa.
-Mi mochila no pesa, le dije sonriendo.
-¿Pues que llevas en ella?
-Ternura y amistad.
-Te quiero esperar. Te necesito.
-¿Por qué?
-Por ser amiga y distinta.
-¿Para qué?
-Para acompañarte, te quiero.
Le dije adiós de frente y al borde de mis pies en la llanura aún, surgía otro incipiente camino. Más árido, más empinado, más estrecho. Solamente dos podían transitar en su andadura. Quise dejarlos todos para escalar la cima. Saberte, comprenderte, amarte, conocerte, acompañarte...
¿Qué más podía pedir? No quería pedir nada. ¡A conquistar la cima, me dije, decidida!
Por la vereda estrecha emprendí la subida. Alguna sombra había. Y paisaje otoñal con hojas ya rendidas.
Levanté la mirada, y en el mismo camino, distingo una figura clara, nítida. Él no dijo nada. Me acerqué. Seguimos en silencio. Después de andar un trecho a un mismo compás le dije susurrando:
-¿A dónde vas tan solo?
-Iba solo a la cima. Y tú ¿a dónde vas tan sola?
-Iba a la cima sola.
Nos miramos despacio y seguimos andando.
-¿Has visto alguna vez –me dijo con voz queda- los lobos de de la sierra?
-Sí, con luna y sentimiento. ¿Y has visto tú la noche cuando llora?
-Sí, cuajada de amapolas, con vida y con estrellas. Y tú, ¿has sentido en tu pecho la ternura?
-Sí, con dolor de ausencia. ¿Y has sentido en tu ser que te acunen un sueño?
Se quedó silencioso. Seguimos caminando. Mirándome a los ojos me dijo muy despacio:
-¿Seguimos el camino juntos, solos?
-Y yo le respondí, sí, seguimos el camino solos, juntos.
Y no se acaba el cuento, que estamos en camino...