Dando vida, poniendo sal y algo para alimentarse, tejimos historias, contando cuentos a los niños, inventando relatos, arropando, tiñendo las horas de colores y también las telas, enhebrando ilusiones y alentando con palabras, acogiendo en silencio, anudando angustias y esperanzas, girando la rueca o manejando la lanzadera de un telar, entrenando la mente de las personas a no darse por vencidas, ayudando a todos a soñar, mientras hilvanábamos verbos y adjetivos, le quitábamos el miedo a los números y a las notas musicales, a los mitos y fantasmas con una tiza o al son de una guitarra.
Bordamos, cortamos, cosíamos, pintábamos, cantábamos, dimos forma artística a la arcilla, al barro, a los chicles, a los ramos de flores, y hasta a los restos de trapos, con puntada escondida, convertimos en patchwork.
Hicimos punto y versos, nos enamoramos, supimos de susurros y melancolías, fuimos valientes -sin saberlo-, nunca tuvimos miedo o lo disimulamos,-para que nadie se creyera más valiente aunque tuviera fuerza-, intuimos , aprendimos viajando y también sin movernos, leyendo y escuchando, mirando al azul del cielo desde la ventana o escuchando las olas desde los acantilados, vimos zarpar los barcos y los despedimos agitando un pañuelo con el brazo extendido, con sentimientos contenidos, preguntas sin respuesta...
Todo eso y más, lo he recordado ahora, cuando han parado el mundo, y he tirado del ovillo de los recuerdos de mujer, docente, madre, ama de casa, amiga de mis amigos, con el gozo incansable, incontenible de vivir y agradecer el estar aquí y poderos decir: ¡Vivo, siento y sueño, que no es poco!