Con el trabajo aprendemos cada día.
Por eso, aunque nadie nos mande, lo que hay que hacer hay que hacerlo.
Tenemos que subir un peldaño nuevo, por adentro. O intentarlo por lo
menos. Algunos le llaman cultura, otros crecimiento interior, otros
experiencia... ¿Qué importa el nombre o quién lo diga?
Apagadas o no, son una vida que está en su sitio. Aunque nadie
lo vea, necesitan el milagro del silencio y hasta el humus enriquecedor
en lo más hondo, para un día sorprender con toda su belleza.
Poco a poco, gota a gota, puntada a puntada, verso a verso, sin
horarios, sin prisas, llegan las figuras, las formas, el tronco, las
ramas, los colores.
El indomable instinto hacia la perfección, hacia la
luz, se va concretizando, consiguiendo, concreando.
Qué tarea más callada y más hermosa, tan desinteresada y necesaria.
Ser
uno mismo al fin, en el redondo jardín, donde uno tiene su "susurro"
callado, y donde pueden anidar los cantos y las aves.