Aquí, he metido lo más dispar del mundo. Los cardos y el puchero que yo había visto a la lumbre, con troncos y rescoldo. Nadie quiere los cardos, pero están ahí. La naturaleza los regala porque son bellos y sirven para apreciar los contrastes. La belleza no es monotonía. Siempre nos sorprende y enriquece.