Estos capachos que se hicieron a mano y con cariño, tienen toda la fuerza de las tradiciones de los pueblo. Han servido para transportar mil cosas. Pero cuando se carga, con unas flores cortadas, se vence y se desmaya. El peso del color es tan enorme, que el cesto desearía desaparecer y no ser protagonista. En los pueblos, al llegar del campo, se les dejaba en un momento colgados de un clavo en la pared, mientras se preparaba un jarrón con agua.
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