Se gustan las personas. Tienen nombre. Los apellidos no se escogen, vienen solos, están ahí.
Cuando todo se acepta, llegan a ser importantes. Descubrimos que cada uno estamos aquí y ahora, porque somos el último eslabón de la cadena de un linaje. Y descubrimos su belleza cuando tenemos que trasmitirlos a esos milagros encantadores que son nuestros hijos. Darles nuestro apellido es seguir dándoles vida, o saber que viviremos un poquito en ellos.
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