Pero toda la vida es color. Toda está llena de belleza. Las pinturas de otoño tienen una calidez y un encanto que muchos prefieren esta estación del año.
La policromía del paisaje en la naturaleza es admirable tanto si se contempla al salir el sol... como en los atardeceres.
Algunos, contemplando las viñas, hayedos, o acebales olvidan que esa vida es la misma de ayer, que antes o después se transforma, para poder entrar en otra dimensión y renacer.
En el otoño, se oye el canto de la vida además de contemplar el desprendimiento y la normalidad con que los árboles abrazan los colores y luego los dejan ir al infinito bailando en el aire antes de caer y convertirse en alfombra.
Los artistas suelen estar atentos siempre a los latidos de la vida y del amor. Se inspiran en eso para sus creaciones. El universo es tan amplio, que las combinaciones de la gama de colores puede llegar al infinito.
Yo misma me sorprendo mezclando colores de otra forma, por puro placer de acompañar al otoño a mi manera.
Como un juego para abrigar los sueños.
¿Por qué si no es útil no va a ser verdad?
Si uno sale a la naturaleza, disfruta contemplando el espectáculo que podemos abarcar con la mirada. Pero sin ir muy lejos, se puede apreciar un cambiante teatro de la vida en color, sentados en el paseo y viendo pasar la gente con su indumentaria y su historia.
Esa es realmente la cara de la vida, donde las estaciones y los años, niños y mayores, en desorden armonioso, desfilan, sin saberlo.
Cuando parece agotarse, la vida nos sorprende dándonos primero los mejores frutos y luego toda la gama de colores.
Nada es igual que ayer. Ni el arte que nos gustaba o creábamos ayer es el de hoy.
Nuevas formas, y nuevas expresiones.
Una sorpresa que descubrir cada día al abrir las ventanas del alma.
¡Qué belleza! ¡Cuánta vida!